Con una visión retrospectiva y más lejana en el tiempo, hoy quiero compartir de manera diferente mi experiencia durante el secuestro: lo que aprendí. El libro que escribí logró satisfacer la curiosidad de quienes se preguntan cómo es la convivencia con los guerrilleros, cómo era la comida, cómo fue la relación con otros secuestrados, qué sentí, cómo logramos escapar, etc. Este breve escrito podría ser un complemento, un poco más reflexivo.
Creo que nada pasa por azar. Más bien, existe una razón – o varias – para que yo haya vivido aquel episodio que hoy recuerdo con agradecimiento. Entre otras cosas, aquellos tediosos días me revelaron la pasión por escribir (a pesar de que algunas veces, todavía, lo ignore).
En aquel mundo carente de pertenencias, cargos, estereotipos, responsabilidades, no tuve otra opción que ser yo misma: sin adornos. Nos acostumbramos a definirnos por nuestra profesión, por lo que hacemos, por lo que tenemos, por nuestro físico, por ser la hija de, la esposa de, la amiga de, la dueña de. Allí simplemente se ES. Solamente se tiene la esencia pura, sin aderezos, para todos los días SER. Para dar porque sí, y no porque pagan, porque es deber, obligación o ley. Tal vez por eso fue tan fácil ver, en la convivencia diaria, quiénes eran buenas personas. Muchos se quedaron sin soporte cuando allí no valía su dinero, ni su cargo. Al no tener que aparentar sacaron todos sus demonios, o se dieron cuenta de que las órdenes que daban ya no surtían el mismo efecto que en la libertad.
Para mí fue muy difícil no poder lucir como la mujer que me gusta ser: coqueta, atractiva, vanidosa; sobre todo porque eso es lo que quería darle a mi esposo. No podía arreglarme como hubiera querido, ni tener un corte de cabello, depilarme las piernas o los bellitos imprudentes que salen de donde menos nos imaginamos. Durante varios días no podía cambiarme de ropa. Tampoco tenía desodorante, ni mucho menos un perfume. Pero descubrí que hay algo más profundo e importante que tenemos para dar, y es el amor. Es lo que permite que una relación perdure, lo demás son complementos. Lo mismo recibí de John: atención, compañía, apoyo, lealtad, amor. Así que, más tarde, llegué a pensar que esa experiencia pudo ser el regalo de matrimonio que Dios nos envió.
Cuando salí a la libertad, no pude empatizar fácilmente con otras personas que tuvieron la misma experiencia, y me sentí indolente, culpable e insensible. Pero luego entendí que nos separaba una diferencia: yo no me sentía víctima.
Cuando nos sentimos víctimas del gobierno, de la guerrilla, de los padres, de la pareja, del jefe, nos estamos declarando víctimas de la vida. Ser víctimas automáticamente nos quita nuestro poder y se lo confiere al victimario, mientras nos hace sentir impotentes. Por esa razón, no tuve afinidad ni con los periodistas, ni con las organizaciones, ni con las “víctimas” del secuestro. Tampoco reclamé la considerable suma que ofrece el gobierno a las víctimas del conflicto, ni ingresé a organización alguna en su defensa. Sin embargo, reconozco que quienes están en ese medio cumplen el papel que les corresponde: el que la vida les asignó.
Ser víctimas nos despoja de toda responsabilidad y nos lleva a preguntarnos ¿por qué a mí?, en lugar permitirnos buscar respuestas más profundas, con un ¿para qué a mí?
¿Qué tal si mejor nos hacemos, de alguna manera, responsables de lo ocurrido? Consciente o inconscientemente atraemos todas las situaciones y eventos de nuestra vida.
Cuando nos sentimos víctimas, estamos dividiendo el mundo en buenos y malos, en víctimas y victimarios. No hay tales: esto reduce el contexto de una situación a una evidente simpleza. Solamente hay inconsciencia. Yo tuve ciertas experiencias de vida, y los guerrilleros, otras. Todas estas, de manera individual, nos invitan a buscar la armonía y a crecer en sabiduría.
Al no ser mártir de mis captores sentí – igual que mi esposo – que sí teníamos el poder de cambiar nuestras circunstancias. Aquel poder que todos tenemos, pero que, al victimizarnos, lo ignoramos. Y decidimos tomar el riesgo de escaparnos. No fue fácil: fueron muchos días de planeación, otros muchos de encontrar el momento perfecto, de intentar y luego abortar el plan, de nervios y miedo. Y luego fueron muchos días de hambre, cansancio e incertidumbre. Hoy, en situaciones difíciles, recuerdo aquella fuerza interna que, estoy convencida, viene de lo Superior. Que está disponible en todos nosotros para superar dificultades, para emprender sueños y para lograr cambios.
Muchas veces, tendí a subestimar mi secuestro: solamente fueron seis meses (y no diez años como los soldados secuestrados en el Putumayo), estuve en un espacio amplio (y no en una cerca de púas peor que un campo de concentración, como esos soldados) y tuve la fortuna de estar con mi esposo. Además, estuvimos en un clima que nos hizo sentir mucho frío, pero que nos evitó las inclemencias de la selva cálida, en donde el agua es sucia, hay culebras, da leishmaniosis y el calor es pegajoso. Lo que me hace concluir que toda situación pudo haber sido peor. Entonces, solamente me queda agradecer. También pudo ser mejor, pero recibí lo que necesité para aprender, valorar, experimentar y crecer como persona.
Lo que más valoro y saboreo hoy en día es la libertad. Aquella que sentí perdida cuando nos la trataron de arrebatar. Hasta que, allí, un día me di cuenta de que era imposible perderla, porque la libertad se lleva dentro, con cada sueño añorado, cada deseo y cada pensamiento. Es algo que nadie nos puede quitar.
Creo que la vida está llena de experiencias que no son buenas ni malas, sino simplemente vivencias que nos ayudan a reconocer quiénes somos en realidad, que nos enseñan, nos revelan verdades escondidas, y le dan el valor verdadero a la vida.
Nota: El libro se puede obtener a través del portal web www.librosenred.com , usando el buscador por el título del libro (Diario de mi cautiverio) o http://www.librosenred.com/libros/diariodemicautiverio.html
Reblogueó esto en Munay – La Fuerza del Corazóny comentado:
Me gusta éste escrito sobre todo por la manera en que Carolina hace evidente que no somos nuestras circunstancias sino lo que hacemos con ellas. Resueno con su capacidad de distinguir entre ser víctima vs dueños de nuestras circunstancias. Y, más aún, me gusta la pregunta de «para qué a mi?» Para qué esto en mi vida?.
Gracias Caro!
Gracias a ti Andrés!
Toda mi admiración para ti. Creo profundamente en que la actitud frente a cada situación de la vida, es determinante para vivirla, para aprovecharla, para saborearla, para aprenderla. He leído muchos diarios y libros de secuestrados, y nunca había oído una opinión y una sensación del secuestro como esta. Gracias por compartirla.
Gracias a ti por comentar Alejandra!