¿Mi príncipe azul?

¿Cuándo fue que mi príncipe azul comenzó a revelar su verdadera naturaleza? Creo que cuando mi sueño se volvió liviano, cosa que ocurrió con la llegada de los hijos. Las madres no nos podemos permitir ignorarlos: un quejido, los sollozos pidiendo que los alimentemos, o un extraño sonido que los alerta en las noches de descanso. Y entonces, el encanto del príncipe amado comienza a desaparecer. Nuestro vecino de almohada, el hombre elegido, ¡ronca! Y vaya forma de hacerlo.

En aquella época la noche se volvió cómplice de mi mal dormir, pues, cuando no era el llanto de los bebés, era mi príncipe, encantado. O más bien, embrujado. La ilusión de conciliar el sueño pronto después de lactar al hijo de turno para esperar el siguiente sollozo de hambre se desvanecía al dormir al lado de un hombre desatento. También yo, de noche, sufría una transformación: lo quería degollar. En una noche de desvelo forzado, no suele servir de argumento que no es culpa suya, o que es un movimiento involuntario. Solo se quiere dormir. No existen consideraciones, así que el culpable debe ser despertado para que se acomode mejor o, sobre todo, para que sepa que se sufre, por su culpa.

Cuando los bebés crecieron y se callaron, comenzó mi vecina a hacer una obra de remodelación. Todo el día debía aguantar los incesantes golpeteos de martillos y los irritantes chirridos de los taladros. En la noche, mi príncipe, cerraba con broche de oro. Tanto fue mi desespero que, una vez, tomé los tapones de los oídos que entregan en los aviones y me los embutí con insistencia hasta las profundidades de mis oídos. La consecuencia fue evidente: estuve con dolor e inflamación de oído durante varios días.  La conclusión psicológica y emocional de aquel dolor era obvia: ¿qué no quería escuchar?

En mi victimismo de mujer desvelada, fui tomando cada vez más confianza en sentirme con el derecho de despertar y reclamar al victimario. Cuando descubrí que parte del problema era cuando comía demasiado, decidí no darle más comida en las noches. Otra noche, esparcí sobre sus narices un espray descongestionante a base de eucalipto para estados gripales. Esa vez, el príncipe se convirtió ogro, se despertó sobresaltado, extrañado y sorprendido de hasta dónde yo había llegado. En ese instante entendí que él también tenía su sueño interrumpido con mis varias formas de despertarlo, y que el espray había ido demasiado lejos.

Pronto decidí dejar de amargar mis noches, así que, desde ese entonces, cada vez que mi príncipe ronca, tomo mi almohada y voy a dormir con mi hijo, quien me recibe con mucho cariño (las pocas veces que se da cuenta).

Esta técnica funciona muy bien, excepto en los viajes. Hace un tiempo fuimos a Rusia. El primer vuelo duró casi diez horas hasta España. Luego, debimos esperar unas cuantas horas para tomar un segundo vuelo a Moscú. Después de todo este trajín de dormir a pedazos, lo que más anhelaba era llegar al hotel a dormir como se debe. Para esto, llevé unas gotas de valeriana que, entusiasmados, tomamos los dos. Mientras que a mí el único efecto que me hicieron fue netamente diurético  (me la pasé todo el tiempo en el baño), a él lo pusieron a roncar como un camión, en un sueño tan profundo, que ni siquiera se inmutaba con mis sacudones, quejidos y reproches. Pasé la noche totalmente en blanco y, en la mañana, quien se había transformado de princesa a bruja era yo. Entonces, le canté sus verdades: que así yo no viajaba, que hacíamos algo o pagábamos habitaciones independientes. Así que, parte del paseo turístico de la mañana fue buscar una farmacia y tratar de comunicarle a esos rusos, con mímicas y sonidos parecidos a los de un marrano, que necesitábamos unas gotas para evitar los ronquidos.

En otro viaje, tomé la colcha de la cama, me envolví en ella, y bajé a dormir en el sofá de la recepción. A la mañana  siguiente él amaneció extrañándome y yo, resplandeciente.

Un día, descubrí que lo que no se puede cambiar es mejor aceptarlo. Y que, mientras más me tensiono porque ronca, él más lo hace. A veces, en mis sueños, le pido a los angelitos de la noche que lo silencien, o que yo no escuche, y funciona (así que estoy pensando seriamente en creer en ellos). Creo que Dios se inventó los ronquidos de los hombres para poner a prueba el amor de las mujeres. En mi caso, fue una prueba superada. Lo supe una noche en que le hice el siguiente escrito:

Duerme, mi amor

Descansa del juego de la vida

Olvida el colesterol y los números que te definieron en un papel como pecador de la vida moderna

Ronca con confianza, como si aquel ruido estruendoso protestara contra lo que de día callas

Yo me pondré tapones en los oídos…

 

Sueña con ciudades de algodón, con sonrisas ligeras, con paisajes infinitos.

Mañana te vestirás de argumentos,

te perfumarás de responsabilidad y te afeitarás la desidia.

Luego, yo te daré el beso acostumbrado del “adiós, que te vaya bien”

 

Felices sueños,

Carolina

8 comentarios sobre “¿Mi príncipe azul?

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  1. Excelente Carito, absolutamente cierto, y yo agregaría que a veces pasa al contrario….una princesa roncadora…. las noches son un suplicio….la solución: dormir en habitaciones separadas.

  2. Carito, Excelente el cuento, me reí mucho…! Despierta la imaginación tu manera de escribir jocosa. Me imagino al Príncipe Azul ….!! Te felicito y te envío un gran abrazo. GloriaE.

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