Arrogancia espiritual

Veo cada día más personas buscando un camino espiritual que les convenza y que les sacie aquel vacío interno que con nada más se llena. Afortunadamente, hoy en día la información está disponible para quien quiera buscar opciones diferentes a las convencionales. Ya muchos han encontrado respuestas, cada uno con diferentes recorridos, que nos conducen a la misma cima de la montaña: Dios. Otras cuantas opciones pueden ser embusteras, manipuladoras o explotadoras, pero inclusive las equivocaciones son parte del camino, pues si despertamos de aquella ensoñación de engaño, podemos aprender la lección, buscar algo mejor y superar nuestra ingenuidad.

Cuando encontramos algo que nos hace sentir fervor y alivio, que nos alimenta el espíritu y nos alegra el corazón, nos aferramos al camino encontrado y queremos que todo ser humano se una a esa Gran Verdad Prometida. Declaramos aquel descubrimiento como único e indiscutible, sin pensar en que, por otros muchos caminos, varios hombres han encontrado también a Dios.

A este fenómeno se me ocurre llamarle “arrogancia espiritual”, que puede alejarnos del lindo sendero encontrado. Estos son algunos de los síntomas:

  • Creer que el camino encontrado es el único y verdadero. Por lo tanto, los demás seres humanos están equivocados. Entonces, se les compadece: pobres de ellos, se pensará.
  • Creerse seres superiores o más evolucionados, y por lo tanto pertenecientes a la élite divina, en donde solamente caben quienes creen conocer a Dios, o a La Verdad. En consecuencia, se menosprecia a los demás seres humanos, pues son involucionados, ignorantes, de baja vibración, pecadores o de segunda categoría. La historia nos lo ha mostrado cuando algunos se tomaron, demasiado en serio y de manera literal, aquello de ser “el pueblo elegido”. Hoy en día esta costumbre se repite (en otros contextos), lo que hace que se desvanezca la oportunidad de conocer otras manifestaciones de la misma Verdad.
  • Alardear de las costumbres adoptadas durante el recorrido de ese nuevo camino, con la intención de buscar el reconocimiento de sus similares, que se cree bien merecido. Por ejemplo, exhibir un amuleto que permita hacer una identificación del nuevo estado espiritual, ya sea un cuarzo, un rosario, una mala, o un ángel. O gritar a los cuatro vientos la rutina de los viernes, el servicio voluntario que se presta, el cambio de alimentación o los rituales que realiza. También, vestirse diferente, raparse la cabeza, y hasta no ir a fiestas, no reír o no bailar…cosas raras se ven.
  • Vanagloriarse de tener un guía espiritual, llámese maestro, gurú, cura, taita o mamo, buscando diferenciación de las pobres masas que no lo tienen. Y también, cabe aquí, endiosar al guía espiritual hasta tal punto que ya no se decide por sí mismo, sino que todo debe ser aconsejado, predicho o hasta decidido por aquel individuo sobrehumano. Tanto, que a veces éste se vuelve más importante que el mismo Dios.
  • Creer ciegamente todo lo que se pregona, ignorando que las religiones, teorías y libros, son subjetivos y, algunos, se escribieron en contextos históricos diferentes al actual. Además, sus interpretaciones están en constante evolución y éstas deben ser interiorizadas, más que divulgadas, pues cuando se transmiten y pasan de boca en boca, se van tergiversando, como bien lo ha demostrado la historia.
  • Argumentar para convencer y casi imponer la verdad encontrada, con tanto ahínco, que más pareciera estar convenciéndose a sí mismo. Se le defiende impetuosamente, más para sentirse poseedor de la razón que para inspirarle a sus interlocutores la pasión de la fe. Se suele usar – en lugar de reconocer la infinita variedad que Dios tiene para manifestarse – la mención de los escritos sagrados o frases de los maestros espirituales como arma mortal, como si se fuera un abogado que recurre al código de la ley: la Bíblia dice, el Buda dijo, Jesús dijo, el Dalai Lama dice…Se incluye aquí, creer que se sabe más cuanto más se ha leído sobre los temas divinos. Los sabios proyectan su grandeza interior, no repiten como loros parlanchines los textos leídos, por más sagrados que pretendan ser.
  • Alejarse o enajenarse del “mundo terrenal”, evadiendo nuestra responsabilidad como miembros de familia o de la sociedad. Participamos como seres humanos en este planeta, precisamente para experimentar y actuar con la mayor consciencia posible en todas las relaciones (con nosotros mismos, con la naturaleza, con la comunidad).
  • Creer que la lógica y la razón superan a las ingenuas supersticiones de los creyentes, venerando al dios del escepticismo y la negación.
  • Despreciar al que reza o al que no lo hace, al que bebe, al que come ciertos alimentos, al ignorante, al malgeniado, a la riqueza, al mundo material o a ciertas formas de vida. Esto es negar la diversidad divina.
  • Mostrar grandeza ayudando al pobre, sonriendo a un niño, escuchando al sufrido, pero solo por mostrar, o por hacer méritos con las jerarquías divinas, incluyendo al mismo Dios, pero sin que nazca del corazón.
  • Escribir textos “sabiondos” como éste.

Concluyo que la espiritualidad es incluyente y ve la humildad como el reconocimiento del otro como un ser divino. No como nos la pretenden enseñar: “soy humilde porque comparto con el pobre, sonrío al desgraciado, enseño al ignorante o perdono al pecador… todos ellos, inferiores a mí”, se piensa. El ser espiritual ve al otro como un igual, digno de admiración por llevar – cualquiera que sea – la experiencia de vida que le correspondió.

La espiritualidad es silenciosa, es íntima y personal, y por lo tanto, no es única. Pretende que miremos hacia adentro, no hacia afuera. Busca conexión y no aprobación, ni del mismo Dios.

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