Que me disculpe el Niño Dios, la Vírgen, su Santo Marido y sus fieles, pero confieso que le he perdido entusiasmo a la Navidad. Me da pereza sacar el árbol empolvado –que no se sabe si estorba más en el depósito o en la sala de mi casa– para luego armarlo, y llenar mi casa de papás Noeles a los que no les encuentro ningún significado. Tal vez me falta amor para emprender estas tareas, que termino haciendo más por deber que por querer.