Después de una hora de congestión vehicular, propia de un diciembre en Bogotá, llego a La Macarena, exactamente a la cuadra que a paso lento ha sido gentrificada con restaurantes mexicanos, peruanos, franceses. Me han citado en uno italiano. Comparto con mis compañeros de yoga una linda noche de cuentos y anécdotas mientras disfruto de mi lasaña vegetariana (me privé de la pasta marinera por culpa de un examen de sangre que se me ocurrió leer antes de tiempo, es decir, antes de la comida, y que me restriega en la cara mi alto nivel de colesterol). Sigue leyendo «¡No señor, yo quiero un tinto!»
Borges y la higiene
Este fin de semana Mancho, mi hermano, me recordó el famoso poema erróneamente atribuido a Borges, “Instantes”, que consta de estrofas llenas de arrepentimientos que se traducen en consejos y aprendizajes. La conversación, poco seria y muy graciosa, giró en torno a una de sus frases: “sería menos higiénico”, idea que él inmediatamente tomó como bandera para justificar el no haber mencionado a su esposa que la arepa boyacense que le había llevado la mesera en sus manos desnudas había sido previamente contaminada con los billetes que recibió minutos antes. Sigue leyendo «Borges y la higiene»
El arte de mirar
Hace pocos días estuve en Nabusímake, ciudad indígena habitada por los Arhuacos y capital de la Sierra Nevada de Santa Marta. Es un lugar que actualmente se encuentra restringido para los visitantes (somos pocos a los que nos llegó una suerte repentina y pudimos llegar sin problema). Por eso, después de cuatro horas de carretera maltrecha desde Valledupar, nos vimos obligados a pasar por el control de ingreso en la entrada del resguardo. Sigue leyendo «El arte de mirar»
Confesiones de una mamá sin talento
Con las vacaciones de mis hijos a mí me pasa algo parecido a lo que le pasó al argentino que se fue a vivir a Canadá. Tan pronto llegó se conmovió por los paisajes blancuzcos, la caída de la nieve y los lindos ciervos que veía pasear libremente a través de su ventana, hasta tal punto que se le escurrían las lágrimas. Casi podría haberse ganado un concurso de poesía con sus turbadoras descripciones. Dos meses después, en pleno invierno, lo único que se le ocurría era putear a la nieve, los ciervos, los vecinos y Canadá. Sigue leyendo «Confesiones de una mamá sin talento»
Esos verracos chinos
Cada vez más vemos nuestro mercado local, o más bien mundial, invadido de productos chinos. Hace unos años cualquier artículo chino era similar a mala calidad. Pero poco a poco ellos se han pulido, han refinado su gusto y se han especializado en las demandas específicas de sus clientes. Contrario a Alemania, Italia y otros países que se caracterizan por su indiscutible calidad y buen gusto, China maneja diversas calidades de acuerdo con el precio que el cliente quiere pagar. Sigue leyendo «Esos verracos chinos»
¿Fiel, sacerdote o sabio?
Creo que todos los colombianos (¿o casi todos?) estamos de acuerdo en que estamos muy mal gobernados. Y no es un asunto exclusivo de partidos, del presidente de turno, ni de la corrupción desbordada de los últimos años. Sigue leyendo «¿Fiel, sacerdote o sabio?»
¿Números o letras?
Siempre me han gustado las matemáticas, aunque algunas veces me han costado trabajo. Sé que su utilidad es incuestionable y, además, obvia: nuestro cosmos, durante siglos, ha sido explicado por el hombre a través de las matemáticas. Y no solo eso, sino que ellas son ingrediente indispensable en la ingeniería, la física y la arquitectura, entre otras muchas disciplinas, con las que hemos podido modificar, enriquecer y moldear nuestro mundo inmediato. Sigue leyendo «¿Números o letras?»
¿La mujer perfecta?
Mujer hermosa que buscas la perfección en la apariencia: nunca te permites el desparpajo, tus uñas siempre están esmaltadas, tu cabello disciplinadamente tinturado y tu cuerpo se somete a la rutina de un gimnasio o, si la necesidad de gustar es más intensa, a una o varias cirugías. No te permites andar sin maquillaje, pues es tu máscara perfecta: aquella que esconde tus temores y te permite ser admirada. Tal vez, no te atrevas a salir sin aretes o alhajas y siempre vistes de moda. La compra de ropa busca llenar aquel vacío que en el fondo sientes y no te has preguntado por qué. Te regocijas cuando llega un merecido halago o un reconocimiento a tu anhelada belleza. No te atreverías a asistir a una fiesta de disfraces si eso implicara una apariencia no convencional: ni disfraz de bruja ni de fea, más bien de modelo, puta elegante, Marilyn Monroe o bailarina árabe.
Consumo consciente
Me gustaría que nuestra sociedad fuera más auténtica, como la mexicana, que tiene una profunda identidad cultural que defiende a capa y espada y que, además, promueve con orgullo y devoción. Los mariachis, los tacos y las rancheras ya se encuentran muy bien posicionados -para hablar en términos de mercadeo- en varios países del mundo. En cambio, aquí parece que nos avergonzara nuestro lindo folclor, que no creyéramos en nuestros propios productos, que no valoráramos nuestro talento local, que nos importara un bledo el progreso de nuestra gente. Los bambucos se están extinguiendo y ya los niños ni siquiera saben qué es un tiple. En las presentaciones de los colegios ya no cantan villancicos, sino el “we wish you a Merry Cristmas” y nuestro arribismo nos hace despreciar todo lo que sea nacional. Preferimos copiarnos de todo, acoger gustos extraños, adoptar modas globales, comprar marcas internacionales de las que no sabemos absolutamente nada, por ejemplo, si usan mano de obra infantil o esclavizada.
Juzgar , ¿pecado o dicha?
Hace unos días comentaba con mi hermana y mi prima la necia costumbre que como seres humanos tenemos de juzgar. Hablamos, también, que las generaciones anteriores tienden a incurrir mucho más en cierto tipo de prejuicios que, afortunadamente, ya se han venido desvaneciendo en éstas épocas. Como ejemplo, tal vez varios vivimos en carne propia los rechazos de los pretendientes que no cumplían con el estereotipo aceptable para nuestros padres. En mi caso, nunca me atreví a llevar a mi casa a un prospecto con “aretico” o pelo largo (uno que otro se coló en la clandestinidad), a pesar de ser personas de bien. Menos mal que en esa época no se vestían mostrando los calzoncillos, porque tampoco hubieran clasificado a entrar en la sala de mi casa, ni mucho menos a invitarme a salir de ella.