¿La mujer perfecta?

Mujer hermosa que buscas la perfección en la apariencia: nunca te permites el desparpajo, tus uñas siempre están esmaltadas, tu cabello disciplinadamente tinturado y tu cuerpo se somete a la rutina de un gimnasio o, si la necesidad de gustar es más intensa, a una o varias cirugías. No te permites andar sin maquillaje, pues es tu máscara perfecta: aquella que esconde tus temores y te permite ser admirada. Tal vez, no te atrevas a salir sin aretes o alhajas y siempre vistes de moda. La compra de ropa busca llenar aquel vacío que en el fondo sientes y no te has preguntado por qué. Te regocijas cuando llega un merecido halago o un reconocimiento a tu anhelada belleza. No te atreverías a asistir a una fiesta de disfraces si eso implicara una apariencia no convencional: ni disfraz de bruja ni de fea, más bien de modelo, puta elegante, Marilyn Monroe o bailarina árabe.

Tal vez busques ser la madre perfecta, entonces te centras en tus hijos e intentas, a través de ellos, vivir su vida. Te inmiscuyes hasta en el más mínimo detalle y con ellos vuelves a estudiar de nuevo, demoras meses en la preparación de su primera comunión, has leído todos los libros de crianza, los llevas a diversas clases que les desarrollan o aprovechan sus talentos y tú no te mueves de allí, como si fueras su sombra. Son tu orgullo, tu tema favorito de conversación y sus realizaciones son tus sueños cumplidos. Puede que los corrijas muy poco para no empañar la imagen de la madre comprensiva o, por el contrario, los reprendes demasiado, para cumplir con el ideal de una madre que cría hijos intachables.

Tal vez pretendes ser la ejecutiva ideal: siempre tienes tu trabajo impecable, tus opiniones son precisas, tu andar es elegante, tu cumplimiento exacto, tu entrega ejemplar. Nunca te equivocas y, cuando ocurre, lo escondes o buscas culpables, pues no es digno de ti. Luego, de regreso a casa, recreas y saboreas los halagos de tu jefe mientras tú mirabas de reojo a los demás, con orgullo y desdén.

O más bien buscaste ser la hija perfecta: estudiaste la carrera que siempre anheló papá y te casaste con el hombre que aprobó mamá. Te reconforta el orgullo que les haces sentir, porque siempre los has complacido, nunca los has decepcionado, has seguido las tradiciones familiares, ejerces los principios enseñados en casa y vas a misa los domingos. Juzgas lo que ellos juzgan y no te das cuenta de que aquellos señalamientos, prohibidos para ti, se encuentran encerrados en la cárcel de tu alma, que al no ser expresados están a punto de explotar.

¿O eres la esposa perfecta que, además de trabajar como lo exige la sociedad moderna, tienes la casa impecable, los hijos amaestrados y la cena siempre deliciosa? Opinas igual que él y cuando no, callas; él te encuentra siempre arreglada y sonriente, procuras no hacer mala cara, ni mucho menos llorar delante de él.

Es muy probable que hayas fallado a tan altos estándares y por eso no paras de culparte. Pero, la mujer perfecta no existe, querer serlo es sospechoso. Tu perfección es solo un disfraz de anhelos profundos, es una fachada, pues en el fondo se alberga una mujer reprimida, olvidada de sí misma, controlada por creencias falsas y estereotipos vanos, que ha sacrificado su esencia para vivir en función del qué dirán, del reconocimiento y de la aprobación, es decir, en función de los demás.

En el pozo profundo de tu alma hay una niña triste que aprendió a complacer como una forma de evitar reprimendas, que aprendió a gustar como una técnica de supervivencia, que buscó ser amada adaptándose a las exigencias de su entorno. Y así, te alejaste de ti misma…

Llegó tu tiempo, el de reencontrarte, buscar tu esencia y expresarla sin importar el qué dirán.

Puedes reírte a carcajadas y sentarte con las piernas abiertas, igual ya usas pantalón. Está bien si no usas sostén y permites también la libertad juguetona de tus senos. Qué importa si no te vistes a la moda y que uses los pantalones desgastados que tanto te gustaban en la juventud. Está bien que tu esposo presencie tu llanto, que tus hijos queden solos mientras sales a caminar, y que ofrezcas comida chatarra si no quisiste cocinar.

Está bien que hoy salgas a la calle en pijama, que bailes sin convenciones, que barras desnuda la sala de tu casa y que los platos no se laven hoy. Despide los temores a disgustar, para que digas NO cuando se te antoje, con confianza y sin explicaciones, para que te niegues sin tener que inventar una historia, para que aceptes que no todo lo sabes, que no todo lo puedes, que tienes derecho a fallar y que, cuando lo hagas, tienes derecho al amor.

Está bien que comas chocolates y tengas cinco kilos de más, que tus carnes se aflojen y que las arrugas lleguen con el tiempo.

Descubrirás que tu deseo de perfección es en realidad el deseo de ser amada. Cuando te liberes, cuando sepas que eres perfecta en tu imperfección, habrás logrado el más puro y auténtico amor: el amor a ti misma. Entonces descubrirás que el amor que te expresan los demás es un simple reflejo del amor a ti misma, porque se te ama por lo que eres y no por lo que haces.

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