EL DIOS DE LOS TOROS

Nada más exótico que una corrida de toros para un extranjero que venga de un país en donde estén prohibidos ese tipo de espectáculos.  Dos gringos que se encontraban de visita en la empresa en donde yo trabajaba se morían de las ganas por ir a toros. Como en Bogotá todavía no había reinado Petro, los aficionados  podían asistir a las grandes faenas en donde debutaban famosos toreros como César Rincón, El Puno o Enrique Ponce. Personalmente (y para algunos pareceré muy inculta al no poder percibir el arte sin un dejo de sufrimiento) nunca me han gustado ese tipo de fiestas sangrientas o, más que eso, humillantes, en donde la fuerza bruta del ingenuo animal se confronta con la arrogancia terca de los hombres. Sin embargo, ante tanto entusiasmo por parte de los visitantes y con el compromiso de tener que atenderlos, acepté a regañadientes su solicitud.

La plaza pululaba de hombres bien vestidos y mujeres bonitas que lucían variados sombreros y repartían sonrisas. Se abastecían con una bota en donde seguramente cargaban un fino vino, o un aguardiente, porqué no. Una banda musical de trompetas y tambores acompañaba el festín.  Cuando salió el gran toro de lidia, una bestia negra y brillante que ostentaba toda su bravura en el frenesí de la salida, el público comenzó a aplaudir, a gritar. Luego salió el torero –no me acuerdo quién sería el verdugo– luciendo un hermoso traje (de los que siempre les he envidiado para salir de fiesta y forrar mis curvas) rojo con piedras doradas. Mientras la gente gritaba “oles” cada vez que el torero esquivaba al furioso animal (incluyendo los gringos), mis músculos cada vez se tensionaban más, no solo por la tortura que le estaban inyectando al pobre toro a punta de banderillas, sino por el peligro que corría el atrevido torero. Me sentía en una isla emocional en donde mi angustia estaba rodeada de un mar de alegrías. El toro herido seguía insistiendo en su ataque defensivo, y yo, mientras tanto, lloraba en silencio y me limpiaba rápidamente las inoportunas lágrimas para no quedar mal con esos gringos a los que no les tenía suficiente confianza como para que evidenciaran mi vulnerabilidad, e imploraba a Dios que dicha tortura acabara pronto, como fuera.

Entonces, las nubes comenzaron a juntarse, a densificarse, hasta que se volvieron de un gris oscuro, y un aguacero implacable comenzó a caer. La corrida tuvo que ser interrumpida y todos los asistentes tuvimos que hacinarnos en los corredores de la plaza. Para mis adentros, agradecí a ese Dios tan condescendiente y le pregunté cómo le podía pagar. Descubrí que, efectivamente, él cobraba (tal vez a través de las cadenas de favores): en mi nalga izquierda sentí un pellizco que agarraba toda mi carnosidad. Cuando me giré, solo pude señalar a un único culpable: un viejito cachaco, muy bogotano, canoso, de sombrero, traje antiguo y bastón, que andaba de gancho con su vieja. No le dije nada. Supe que ese Dios generoso estaba dando gusto a todos (incluyendo al toro) y que el frustrado viejo había rogado por un poco más de diversión. Entonces le sonreí.

4 comentarios sobre “EL DIOS DE LOS TOROS

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  1. Hola Carito. ¿Cómo estás? y la familia?

    Excelente descripción.! Me saco lagunas sonrisas… Jajaja… Me encanto! Igualmente yo sufría por los pobres animalitos, alguna vez que me invitaron a toros. Nunca me gusto la fiesta brava.

    Un abrazo para todos.

    *[image: ]GloriaE. ​*

    » ​*No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla.* » – *Eleanor Roosevelt *

  2. Hola Carito, muy bien escrito!! personalmente odio las corridas de toros! es algo que no entiendo como pueden llamar «arte». Es cruel, despiadado el sufrimiento hasta su muerte a que son sometidos estos pobres animalitos. No se diferencian en nada al circo romano con sus gladiadores y los pobres cristianos echados a los leones. Los romanos en las tribunas disfrutando el cruel espectáculo. Me hiciste reír con el apunte del viejito verde, jajajjaja. Un abrazo primita y no dejes de escribir, lo haces estupendamente.

  3. Hola Caro, me gustó tu escrito: fácil de leer y lleno de detalles. Yo no sé mucho de «corridas de toros», pero el acto de divertirse, viendo morir un ser vivo me produce nauseas. Gracias por compartir tu blog.

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