Fugaz reflexión en un semáforo

Cada semáforo tiene su dueño. A veces lo habita más de uno, para así dar opciones a todos los transeúntes: está el mendigo, para quienes todavía se compadecen de la desgracia ajena; el ladrón, para los desprevenidos; el que limpia los vidrios, para quien no tiene tiempo de lavar su carro; los que revisan las llantas, para quien se cree el cuento; los vendedores ambulantes, para quienes se antojan de unos chicles, una bebida energizante, un muñeco para el nieto, un libro pirata o un cargador de celular de esos que, por ahorrar unos pesos, resultan quemando el aparato. Mis favoritos, son los cirqueros: el hombre que lanza fuego por su boca como si fuera un dragón, el malabarista que usa una pequeña bola de cristal generando la ilusión de que fuera una esfera flotante, los tres hermanos (me imagino yo) que se suben uno encima de otro y luego dan botes en el aire, el equilibrista que camina en una cuerda amarrada del poste al árbol de la acera lateral y el ciclista, que hace piruetas en su bicicleta, la para en una llanta, luego gira en la otra y al final se suspende en el asiento mientras ella va rodando. Están en la calle haciendo piruetas porque, seguro, a ninguno de ellos su mamá les dijo que se alejaran del peligro, que se iban a matar.

Todos los adultos están donde están, porque sus padres les dijeron o no les dijeron algo. A ninguno de los acróbatas les infundieron miedo y por eso son capaces de desafiar hasta la muerte. Estos son casos evidentes y fáciles de diagnosticar, lo que no ocurre con un profesional o un adulto más convencional, en donde no entendemos porqué unos tienen suerte, éxito o grandes alcances mientras otros no. Y la respuesta, que parece un poco anacrónica y una más de las teorías psicoanalistas de los ochentas en donde todo es culpa de los padres, es que todo depende de nuestros esquemas mentales, heredados y adquiridos, en su gran mayoría de nuestra familia y, en una minoría, de nuestro entorno.

Entonces pregunto, ¿qué discursos tenemos en nuestra cabeza? ¿O qué ejemplos? Tal vez que la vida es dura, que es complicada, amenazante, aburrida. O mejor, que todo es posible, que tenemos el gran potencial para ser y hacer lo que deseamos, que la vida es simple y divertida, llena de retos y aprendizajes. Pero, ojo, no es error de nuestros padres y es inmaduro culparlos o usarlos para justificar nuestras frustraciones.

Tal vez muchas de nuestras creencias (que si miramos en el fondo no son nuestras sino de alguien más y, más bien, han sido adoptadas por nosotros -o implantadas en nosotros-) han sido de gran utilidad, como por ejemplo, los valores, la importancia del conocimiento o la disciplina. Pero otras, es posible que nos estén estorbando para poder continuar con una vida feliz. Por ejemplo, creer que es mejor no arriesgar y mantenerse en un lugar estático y tranquilo  – aunque aburrido-, pues es más seguro. Tal vez esa fue una de las formas en que nuestros padres tuvieron éxito o estabilidad, o por lo menos, con las que lograron pensionarse. El mundo andaba más lento y los trabajos duraban toda la vida. O, también, creer que es mejor aguantarse una pareja, que los hombres (o las mujeres) son la causa de la desdicha, que el dinero es sucio, que el placer es pecado, que ser artista no da plata y otros muchos más ejemplos de verdades a medias y creencias desgastadas. Aquí caben también las supuestas verdades dictadas por las religiones, la publicidad y la sociedad. Es nuestra gran responsabilidad revisar qué patrones mentales tenemos, si nos sirven o mejor los desechamos y, sobre todo, si los estamos perpetuando a través de nuestros hijos.

Es más cómodo creer lo ya dicho y asumir lo ya pensado por otros, que escarbarnos hasta saber, con ciencia cierta, cuál es nuestra propia verdad. Pero, este descubrimiento es el que nos llevará a vivir una vida realmente auténtica, lo demás son cuentos.

 

6 comentarios sobre “Fugaz reflexión en un semáforo

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  1. Caro,me encantan tus historias: siempre están cargadas de filosofadas,franquezas,humor y sobre todo cotidianidad.siempre estoy esperando tu siguiente post,gracias por compartir tus reflexiones,que me sacan muchas sonrisas y una que otra lágrima!!

  2. Carito me encantó este relato. Son cosas que vemos a diario y que nunca sacamos el tiempo como si lo haces tu para reflexionar. Un párrafo en especial me recordó el libro ¿Quién se ha llevado mi queso? el temor a salir de la cueva y arriesgarnos no nos permite explorar, aventurar. Como siempre mis felicitaciones primita.

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