El carnaval de Barranquilla

Un febrero hace dos años D y H nos invitaron, a mi esposo y a mi junto con otras dos parejas, a su casa en Barranquilla para ir al carnaval: el grupo de cachacos éramos seis. D nos tenía de regalo unas camisetas con temas alusivos a estas fiestas, que nos identificaba a todos como miembros de un mismo grupo de parranda. A las mujeres nos bordó lindas balacas de colores, con flores y lentejuelas brillantes. Así, nos dirigimos a los palcos para presenciar la batalla de las flores, un desfile de comparsas, bailes, colores, bellos disfraces y carrosas bajo un ambiente de fiesta, que se revelaba frente a nuestras narices con miles de personajes alegres que pasaban por la calle 40: los garabatos, las marimondas, los congos, las negritas, las reinas…El papel de espectadores también es completamente activo, pues en las tribunas no se para de bailar, reír y gritar, ya sea bajo la música pasajera o al ritmo de los tambores que acompañan al público, legado de nuestros ancestros africanos.

Me sorprendió ver la cantidad de gente que participa en el carnaval: media ciudad desfila, la otra media los observa. Es una celebración de todos, sin exclusión de raza o posición social. Desfilan los viejos y los niños, la colonia gay y los travestis, el grupo de danza de quienes padecen el  síndrome de Down, una fundación de viejos, las muchachas bonitas de la alta sociedad, los negros y los blancos, comparsas de los pueblos vecinos, miles de reinas, los famosos y los olvidados. Todos, moviéndose al son de la música que pulula en las calles y que nos hace saber que estamos de fiesta.

El trabajo, los negocios, las responsabilidades, los hijos y todo lo que comúnmente se cree importante se vuelve irrelevante y se desvanece como el humo para darle cabida a lo verdaderamente crucial: la celebración de la vida.

Envidio a los costeños, siempre alegres, desparpajados, despreocupados, calurosos, amables, cercanos…Bailarines desde que comienzan a caminar y espontáneos por naturaleza. Todas estas cualidades se revelan y se acentúan durante los días de carnaval.

El simple hecho de llegar a Barranquilla en días de carnaval deja respirar un aire vivificante: por todos lados se percibe un ambiente de fiesta y de alegría. Los taxistas visten su asiento con el disfraz de la marimonda; y en las calles la gente lleva un disfraz, un moño, una camiseta o una cachucha con algún emblema de las fiestas. Los restaurantes, almacenes y algunas casas también están decorados con los personajes del carnaval. Los hoteles y clubes promocionan fiestas con diversas orquestas de talla internacional y, en cada manzana, hay un asado o un sancocho acompañados de un buen parlante o un grupo musical.

Esta vez, dos años después, los cachacos solo éramos dos: mi esposo y yo. Llegamos directo a la casa de D y H, quienes nos tenían ya los disfraces listos. Me imaginé nuevamente algún tipo de camiseta, pero me sorprendí por la complejidad de nuestros disfraces: pantalón y chaleco azules, corbata, camisa y cachucha de lentejuelas brillantes, referentes a la marimonda. Nos afanaron, pues debíamos estar temprano en la calle. Preguntamos por las boletas de entrada a los palcos, pero H nos respondió: ¿a dónde creen que van ustedes con ese disfraz? Íbamos, como vacas al matadero, ¡directo a participar en las comparsas! No supe a qué hora nos vimos metidos dentro de un bus con 50 personas con el mismo atuendo azul, dispuestos a recorrer 5 Km de calles, bajo un sol sin nubes y un calor infernal, ¡bailando unas coreografías que no habíamos practicado! Me sentía como lo que era: una cachaca infiltrada.

Poco a poco nos fuimos haciendo a la idea de participar activamente en el desfile, hasta que llegó la hora de comenzar. Tan pronto salimos, el público nos comenzó a gritar: ¡“cachacos!”. ¿Cómo se dieron cuenta? Mi esposo y yo hicimos lo posible para bailar “con sabor”, pero, a pesar de nuestro esfuerzo, parecía notarse. Entonces H nos explicó que, a quien no baila, así le gritan y que él mismo lo ha hecho muchas veces.

Los 5 Km de calle los alterné entre bailar, sudar bajo un sol intenso y tomar agua, como un sediento en un desierto, bajo los desacostumbrados 40 grados centígrados. A veces me sorprendía a mí misma como si estuviera en un sueño, viviendo algo que definitivamente no planeé, pero que me parecía mágico. Luego, me sentía responsable de mi debut, mientras trataba de imitar los pasos de la comparsa. Entonces miraba a la gente que emanaba en generosos racimos, como si me encontrara en un estadio de fútbol, llena de algarabía, de donde brotaban generosas sonrisas, gritos y vacilaciones.

Analizando este evento desde la distancia, bajo un clima que me devuelve la cordura, creo que estuve un poco intimidada con aquella imposición. Tal vez me faltó más contacto con la gente…H, por el contrario, bailaba con cuanta muchacha estuviera dispuesta en el público, mientras D le reprochaba que andaba demasiado contento, “como si fuera un hombre soltero”. Mi esposo y yo hicimos nuestro mejor esfuerzo y pusimos el mayor entusiasmo durante los tres días de fiesta y sé que esta linda experiencia quedará guardada para siempre como algo especial en nuestras vidas.

Creo que así como todo musulmán debe ir al menos una vez en la vida a La Meca, todo colombiano debería ir, aunque sea, una vez en la vida al Carnaval de Barranquilla. Creo que las quinceañeras, en lugar de ir a Europa o ponerse implantes de silicona, deberían de contagiarse allí de gozo sano. Los deprimidos deberían de cambiar sus píldoras por esta maravillosa experiencia; los extranjeros, entender por qué nos calificaron como el país más feliz del mundo; los aburridos, eliminar los argumentos para justificar en vano el sinsabor de la vida y, cómo no, los parranderos, atesorar más euforias.

Cuando era niña, en una de las muchas conversaciones que teníamos entre primos, discutíamos sobre en qué nos gustaría reencarnar en la próxima vida. Juan Carlos fantaseaba con un tigre, pues es un animal poderoso, intimidante e invencible. Mi hermano decía que reencarnaría en un león y  yo, en un águila, para volar muy alto por los cielos y poder contemplar desde las alturas el mar, las montañas y los desiertos. Recuerdo a mi primo Daniel, con la vista puesta en un horizonte imaginario, muy callado, mientras reflexionaba sobre la encarnación ideal, hasta que por fin, con sus ojos brillantes, nos dio su respuesta: en un brasier. Hoy me hago la misma pregunta y, con los ojos puestos en el mundo de las ilusiones, sin pensarlo dos veces, me respondo entusiasmada: en un colombiano, y más precisamente, ¡en un costeño!

2 comentarios sobre “El carnaval de Barranquilla

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  1. Genial!! Carito, me alegraste el rato con este escrito, no sobra decir que haces brotar sonrisas y carcajadas de mi ser😀

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