Que me disculpe el Niño Dios, la Vírgen, su Santo Marido y sus fieles, pero confieso que le he perdido entusiasmo a la Navidad. Me da pereza sacar el árbol empolvado –que no se sabe si estorba más en el depósito o en la sala de mi casa– para luego armarlo, y llenar mi casa de papás Noeles a los que no les encuentro ningún significado. Tal vez me falta amor para emprender estas tareas, que termino haciendo más por deber que por querer.
La Familia Sagrada, junto con el burro, la vaca y los tres reyes magos, han venido siendo desplazados por el Papá Noel, a quien gracias a las películas gringas, traducidas por mexicanos, le llaman “Santa” (como si se pretendiera sumarlo al listado de los santos católicos). Ese viejo bonachón, ejemplo de malos hábitos alimenticios, cada vez ostenta más espacio en las decoraciones de las casas, mientras que el pesebre ha sido relegado a un rincón invisible. Tan humilde debe de ser el niño Dios, que ni se le ocurre salir del lugar asignado, ni mucho menos competir, desplazar o desprestigiar las demás costumbres “paganas” que, en su simbología, celebran también el solsticio de invierno.
Sin embargo, a ese pobre Trío realmente lo desplazó el comercio, que muy bien se esmera en angustiarnos. Cuanto más se acerca la Navidad lidiamos con más congestiones de tráfico, más aglomeración en los centros comerciales y más preocupaciones, al saber que no tenemos el portafolio completo y exacto de lo que pretendemos dar a nuestros seres queridos. La lista de los regalos que nos falta por comprar se alarga a la víspera, ya sea por olvido, por deber, o por reciprocidad: algo para donar, algo para quien ya me dio un presente, para los empleados, los clientes, los profesores, etc. Y pareciera que en eso se ha convertido la Navidad: capitalismo, consumismo, materialismo. El espíritu navideño, que vanamente se pretende exaltar, ni siquiera se encuentra en las películas americanas cursis y poco creativas que forzosamente emiten durante ésta época.
Por otro lado (ya después de desahogarme), todo en la vida tiene una faceta amable. Para mí es muy reconfortante dar, más que recibir. Tal vez por esta razón me preocupo tanto: quiero dar algo significativo para quien ha sido importante para mí, para quien lo pueda necesitar o para quien, de alguna manera, pensó en mí. Sin embargo, este tema parece tan independiente del pesebre…como si mientras nosotros los humanos nos angustiamos por cumplir, el “niño Dios” estuviera detenido en el tiempo, desde aquellos días históricos hasta ésta época de caos y confusión, esperando a que despertemos al verdadero significado de la Navidad…o de la vida, que al final es lo mismo.
Me consuela pensar que, si no existiera este paréntesis en el año, ¿Cuándo lo tendríamos, si la rutina nos hipnotiza de tal forma que no nos permite parar? ¿Cuándo más podríamos pensar en dar, si el resto del año nos dedicamos a producir?
¿Cúando más cantaríamos en familia, aunque sea el tedioso y desafinado coro de “ven, ven, ven a nuestras almas, ven no tardes tanto”? ¿Cuándo más comeríamos recetas de antaño tales como el tamal, la natilla y el buñuelo, – sobre todo- sin ningún tipo de remordimiento?
¿Cuándo más veríamos cómo nuestros niños quieren leer con tanto entusiasmo los incomprensibles temas de la novena (no solo para ellos), mientras tartamudean “la venerable Margarita del Santísimo Sacramento”, “merecisteis”, “disteis” y todos los variados verbos que se dirigen a “vosotros”? ¿Y cómo se ríen con el “padre putativo” y se emocionan cuando se menciona “todo lo que pidan hacedlo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”, mientras piensan en una bicicleta?
¿Cuándo más se ablandan nuestros corazones por los desfavorecidos y buscamos que algo de nuestra abundancia arrime a sus hogares?
¿Cuándo más los jóvenes, con su vida social agitada, visitan a los olvidados abuelos, sin consciencia de que se marchitan mientras que ellos florecen? Sin pensar que también la juventud envejece, que tendrán nietos que leerán la novena tartamudeando, y que más tarde crecerán y los olvidarán a ellos… Sin darse cuenta de que todo es un eterno ciclo, muerte y renacimiento, como bien lo representa la Navidad. Aquella que, con mucho o poco entusiasmo, nos encargamos de mantener, con el simple propósito de continuar una linda tradición de muchas generaciones pasadas, presentes y futuras.
Me encanto tu blog, pero difiero en los sentimientos hacia la Navidad. Ahora que tengo niños vivo la Navidad de una manera muy especial. Aca en Suecia hay muchas tradiciones muy bonitas. Todo empieza 4 domingos antes (Primer Domingo de Adviento) con velas, luces, galletas que se hacen en casa, el calendario de Adviento, siempre hay un programa de TV de 10 min que es de temas diferentes cada Navidad. Este año se llama «1000 años hasta Nochebuena» y en cada episodio una familia «vive» en epocas diferentes en Suecia, muestran que comian, que hacian, que problemas tenian etc… Empezaron en 1015 y ya vamos en 1910… En fin, estoy de acuerdo con lo del comercio… yo tengo una politica con mi familia y es que regalo solo se le da a los niños. A adultos nada pues compartir un vino y la cena es suficiente… Te mando un abrazo Navideño… Diana