La gallina Cocorina

Hace poco en una tarde cualquiera, decidí sacar varios libros para regalar, de esos que ya se vuelven impropios para la edad de los hijos. Alguna de las muchas noches en que les leía historias, se me reveló un cuento que me sorprendió con la sensibilidad alborotada y me sacó lágrimas: La Gallina Cocorina. De nuevo, mientras ordenaba, regresó aquel libro a mis manos. No fui capaz de sacarlo de la biblioteca infantil.

La Gallina Cocorina “puso los huevos al revés, y  salieron los pollitos, dando tumbos y traspiés”. Ella es un poco despistada con sus pollitos, les canta canciones desafinadas que provocan aguaceros y, cuando juega a las escondidas, se le olvida buscarlos.

Creo que ser madre es una especie de talento, del cual, en ocasiones, no me siento dotada. Envidio a esas madres que les hacen galletitas de diversas figuras perfectamente decoradas a sus hijos, los mantienen relucientes, sus habitaciones siempre están ordenadas, sus codos y rodillas lucen impecables, les cosen los disfraces, hacen la natilla en navidad y decoran el pesebre como si fuera para un centro comercial. Además, ellas siempre están radiantes, sin un atisbo de cansancio. Nunca levantan la voz y, a pesar de esto, sus hijos siempre les obedecen. Y lo más insólito es que tienen tres o cuatro hijos (yo casi que no puedo con dos). Tienen talento ¡Y cómo les luce! …Tal vez quise ser madre cuando vi a alguna de ellas en estado de éxtasis, gozándose su maternidad en cada poro de su piel.

A mis hijos pareciera que las uñas les crecieran cada minuto. Cuando me percato, o más bien, cuando mi esposo se da cuenta, no solo descubro unas garras amenazantes, sino semejantes a las de un agricultor…

No bordo con dedicación su nombre en las prendas de su uniforme, más bien, anoto sus nombres sin paciencia con un marcador imborrable. Cuando forro los cuadernos con papel contact, quedan llenos de arrugas y burbujas, y cuando peino a mi hija, la carrera, en lugar de una línea recta, parece la carretera del pescadero. Menos mal se acabó el tiempo de las dos colitas, pues el error era doble. Varias veces, después de varios intentos y ya con su genio encendido, debo decirle: “mejor lleva el cepillo y que te peine Mariana en la ruta”. Las lindas técnicas de “disciplina con amor” – que tan obvias parecen en la teoría – no me funcionan en la práctica, y me toca acudir a los recursos obsoletos que usaron nuestros padres: amenazas, castigos y gritos. Para colmo, salvo contadas excepciones, ¡no me gusta jugar! Me espantan los juegos de mesa, el ajedrez me intimida y los juegos infantiles se entremezclan con bostezos mientras hago mi mejor esfuerzo para evitarlos. Juego fútbol en la sala, participo en guerras de almohadas, me machuco los dedos de las manos luchando con espadas y hago manualidades – ¡casi a diario! –  porque amo a mis hijos.

Lo peor es cuando a mi hija le da por invitar a sus amigas a hacer los famosos cupcakes, galletas, o cualquier variación de repostería y yo, como un alcohólico sin voluntad, accedo nuevamente a sus peticiones y recaigo en el intento de ser buena madre. Entonces la sangre se me hierve, la cabeza se me congestiona y los músculos se tensionan como si estuviera en estado de amenaza mortal cuando veo cómo salpican la crema chantilly con la batidora al aire, la harina se desborda por la mesa, y todas las niñas me dan órdenes que me siento incapaz de cumplir: que prenda el horno, que le ayude a batir, que cuánto echa, que no le endurece. Lo hago tan de mala gana, que los ponqués se desinflan, las galletas se queman, los ingredientes se acaban y casi siempre las niñas resultan comiéndose una plasta de harina de deforme (cuando se la pueden comer). A mi pobre hija, que le encantan las manualidades y le fascina cocinar, ¡le tocó la peor mamá!

Muchas veces me provoca salir corriendo: cuando pelean, cuando dejan servida la comida o no quieren probar la sopa, o simplemente porque extraño mi tiempo libre, la serenidad, ir a cine de adultos, leer un libro sin interrupciones o hacer lo que me gusta. Por ejemplo, en este preciso momento, mientras trato de escribir, he sido interrumpida varias veces para colaborar con la práctica de montar patineta de dos ruedas en la sala de la casa.

Con todas estas fallas conscientes y el intento de ser la mamá perfecta, una noche cayó en mis manos el libro de la Gallina Cocorina quien, decepcionada por sus habilidades de madre, decide dar a sus pollitos en adopción. Pero los pollitos le dicen que la aman y que la aceptan tal como ella es, que otra madre igual no podrían encontrar y que, a pesar de sus desaciertos, ningún caluroso abrazo de plumas de amor supera los suyos. (Te queremos como eres, todita calamidad…¡pero la única que sabe consolarnos de verdad!…sigue siendo tú, tal cual, que nosotros te queremos, para bien y para mal). Poco antes de cerrar la pasta del libro, sentada entre mis dos hijos, con sus tiernas cabecitas apoyadas en mis brazos, una lágrima arrugó el papel mientras se desdibujaban las letras de la palabra FIN.

Atte,

Carolina, “la gallina”, como me decían en el colegio al evocar una copla infantil… Como si intuyeran que así como se nace con talento, yo había nacido como la Gallina Cocorina con sus pollos.

Carolina, “la gallina”, la que no sabe peinar, bordar, ni hacer pasteles. La que lee cuentos, la que da palabras de aliento, la que muere de amor por sus pollitos, a quien de cada pluma le brotan caricias y el calor de cada abrazo es más fuerte que el mismo sol.

 

9 comentarios sobre “La gallina Cocorina

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  1. Querida Caro, me conmoviste hasta las lágrimas…

    Probablemente porque creo que el que no seas tan ‘buena mamá’ es lo que hace que seas una de las mejores amigas que uno pueda tener! Gracias a que siempre estás en búsqueda de balance en tu vida, tienes espacio para tus amigas, y yo una de ésas afortunadas que tiene mucho tu atención! Me hace feliz tu avidez por mis historias y siempre te las quiero compartir por tanta sabiduría en tus reflexiones! Gracias a Dios que resultaste como esa gallina!!! Si no, qué sería de mi!

    Todo es perfecto! No tengo duda que Silvia y León adorarán una mamá que no se perdió en sus vidas, sino que continuó haciendo la suya!

    Te quiero mucho

  2. Entre conmoverme y hacerme carcajear. Más allá de lo bien logrado del escrito, admiro tu valentía para reconocer públicamente que no te sientes tan habilidosa en ciertos artes, en ese escenario lo que resulta más importante es que tienes clarísimo el mejor de los artes “saber amar”. Estoy segura que todas las que a diario nos entrenamos en la tarea de ser mamás terminamos por sentirnos en más de una oportunidad Galllinas Cocorinas. Un abrazo

  3. Hola Carolina, por casualidades de la vida me llegó esta linda historia, que maravilloso sentirse identificada, pero lo mejor sin lugar a dudas, es como nuestros pollitos nos recuerdan cada día lo felices que son a nuestro lado. Felicitaciones

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