El gusto de bailar

El viernes pasado nos invitaron a una fiesta llanera. Tan pronto llegué junto con mi esposo, tuve la fortuna de que el bailarín del grupo me sacara a bailar joropo. Para mí fue un momento de gran felicidad, aunque estuve un poco intimidada por ser el centro de atracción frente a un público desconocido. Reconocí el placer que me produce bailar, pero además, me maravillé de aquel lindo folclor que tenemos en los llanos orientales: las arpas y los cuatros que recrean los extensos prados ganaderos bajo un lindo atardecer. Admiro a los llaneros, que no han permitido que su cultura se extinga y que llevan el folclor arraigado en todas sus generaciones y todas sus clases sociales. Que no se muera esta música, pienso yo, mientras me deleito dejándome llevar por aquel caballero de sombrero negro y pies inquietos. Y que sirva de ejemplo, digo ahora, cuando me doy cuenta de que la música típica colombiana parece extinguirse. Lindas canciones como Oropel, Espumas que se van, un bambuco bajo la melodía de las guitarras, un pasillo, los vallenatos de antaño o la música de Lucho Bermúdez, son solo temas de nuestros viejos, que ya ni ponen en la radio. Y más bien, producto de la globalización, escuchamos a nuestros hijos cantar frías canciones en inglés. Contrario a lo que ocurre en los Llanos Orientales, donde todos sus colegios se encargan de enseñar el joropo a sus alumnos…

No solo me enorgullece, sino que me alegra infinitamente ser latina. Esta sensación de regocijo ocurre cada vez que contemplo, a mí misma o a otros, haciendo lo que más sabemos hacer los latinos: bailar.

Desde temprana edad, las fiestas infantiles incluyen la danza. Más tarde bailamos para conquistarnos y luego, para amarnos. Bailamos para celebrar, para hacer ejercicio, para conocernos y porque es nuestra forma de expresarnos. Sin ningún esfuerzo, simplemente es parte de nuestra esencia.

Qué difícil tarea se vuelve una conquista sin el baile: los pobres europeos tienen una tarea mucho más difícil. Talvez por eso, deben ser más directos en sus encuentros, tal vez por esa razón, tienen menos hijos extramatrimoniales. Nosotros los caribeños, nos atraemos y nos comunicamos a través del lenguaje de los movimientos insinuantes, las manos que se aprietan, los brazos que se aferran, las mejillas que se tocan y las voces que susurramos al oído de nuestra pareja mientras acompañamos las canciones.

Me conmueve ver a una pareja de viejos amacizados bajo el son de un vallenato romántico, con los ojos cerrados, sus leves y compaginados movimientos de cadera, como si nada más en el mundo existiera, diciéndose así que se quieren y que siempre se han querido.

Me encanta ver la alegría rebosante en las fiestas y la desinhibición expresada a través del baile. Ojos brillantes y miradas de amistad que se cruzan con sonrisas, mientras se celebra la fiesta. Los trenes humanos que se forman haciendo un recorrido por las mesas de un salón, las coreografías espontáneas, y hasta los bailes de gimnasio, mucho más apasionados que una clase de aeróbicos convencional.

Recuerdo una fiesta de fin de año, organizada por los directivos japoneses de una empresa en donde  trabajé durante cierto tiempo. Indudablemente, el evento incluía un karaoke. Todos los empleados debíamos pasar a cantar una canción para recibir el regalo de navidad correspondiente. Los japoneses inauguraron la noche con boleros bien cantados, como el  muy popular (allá en su tierra) “bésame mucho” y algunas canciones de Frank Sinatra. Cuando llegó el turno de los colombianos, la energía del recinto poco a poco comenzó a cambiar: las canciones que escogimos tenían mucha más instrumentación que letra, como la tan conocida Sopa de caracol, a los desventurados que tenían el micrófono no se les escuchaba nada, porque todos cantábamos (o gritábamos) a la vez, y para colmo, formamos un trencito que andaba por todo el salón, el cual dejó de parecer organizado para una conferencia y se tornó en casi una discoteca. Esa fue la fiesta japonesa del karaoke, muy colombianizada, ¡a mucho honor!

7 comentarios sobre “El gusto de bailar

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  1. Caro, me alegra monotones tu encuentro con la música llanera, como bien sabes yo la amo, pero más me alegra y aprecio leer tus relatos porque los haces muy tuyos: sinceros, divertidos, fáciles ( jajaja no quiero decir que tú seas fácil, eso puede interpretarse mal) de leer, espontáneos, descomplicados y profundos a la vez. Gracias por compartirlos, son como un buen café en una mañana horrorosamente ocupada. 😉

  2. ¡Qué bueno que tengas ese gusto! Es cierto todo lo que dices y sí, he visto con estos ojitos como la seducción del baile se ha llevado noviazgos (y un matrimonio) por la borda. Quien diría que hay que «bailar responsablemente» en nuestra tierra tan folclórica.

  3. Uy! hice me respectivisimo comentario y uuups, borróse!
    En fin, lo que te decía es que: ¡Qué bueno que le tengas tanto gusto al baile! Es verdad lo que dices, yo he visto como el baile ha lanzado por la borda noviazgos y un matrimonio. Quien creyera que hay que «bailar responsablemente».

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