Todos los viajes nos enseñan algo. Viajar a la Sierra Nevada de Santa Marta, me mostró muchas cosas.
Lo primero que me sorprendió, fue llegar a una agencia de turismo, en el centro de Santa Marta, manejada por indígenas. Me impresionó verlos sentados en el mostrador, con sus ropas, sus mochilas y sus sombreros blancos, frente a los computadores, organizando pagos y reservas de los viajeros que pretendían ir a su casa: la Sierra.
Tomamos un recorrido de tres días, rumbo a la Ciudad Perdida, pero decidimos no llegar hasta allá, en parte por la disponibilidad de tiempo y en parte previendo que nuestros hijos no soportaran la caminata. Esa fue la segunda sorpresa, pues durante todo el camino ellos fueron los pioneros, y cuando llegamos a nuestro destino final, querían continuar con la caminata.
Nunca se nos ocurrió pensar cuál sería la mejor temporada para hacer el camino, igual, en toda Colombia estamos en verano y con escasez de agua. Pero, otra sorpresa, la Sierra tiene su propio clima, y estaba en época de invierno. Así que la segunda mitad del primer recorrido fue bajo un agresivo aguacero y amenazantes relámpagos. El agua inquieta nos mojó hasta los calzones, y humedeció la ropa que cargamos en las maletas, que intentamos proteger con unos plásticos. Los caminos se volvieron ríos, y la tierra, un jabón. Y nosotros los caminantes, acróbatas, mientras tratábamos de no resbalarnos en las inclinadas bajadas que nos conducían al primer campamento, a donde finalmente llegamos mojados, embarrados y congelados. Allí, por obvias razones, debimos desistir del baño en el río que se tenía programado y más bien nos concentramos en cambiarnos y colgar la ropa embarrada y la que se nos mojó en la maleta, que entre otras cosas, nunca se secó. Aquí hago un paréntesis, pues John y yo, por un momento tuvimos la misma sensación que luego comentamos: nos sentíamos nuevamente secuestrados. Vimos selva, tierra mojada, cansancio e incomodidad y, en ese momento, nos arrepentimos del paseo.
El siguiente día fue mejor: recordé la deliciosa sensación que produce estar en medio de árboles gigantes, extensas y frondosas enredaderas, puentes naturales formados por árboles amistosos, mientras los zumbidos de insectos robustos y los cantos de los pajaritos acompañaban el sonido de mis pasos y mi respiración agitada. Y disfruté el agradable placer de sumergirse en un refrescante río después de haber sudado bajo el sopor del sol de mediodía. Admiré a los indígenas que pasaban por el camino, algunos descalzos, sin provisiones de agua. Algunas mujeres cargaban un bebé a sus espaldas y sentí de manera evidente lo que ellos mismos declaran: que son hijos de la Sierra y los guardianes de la tierra. ¡Cómo no! Es completamente palpable la diferencia con nosotros, los hijos del cemento, los guardianes de la economía y de los bienes materiales. Se veían tan pertenecientes a la Madre Tierra…Más que envidiarlos, aprendí, al reconocerme también hija de ella y hermana de los animales. Algo de lo que, en nuestra civilización, es poco explícito, y más bien, se nos induce a vernos separados de la naturaleza.
También desfilaban por los caminos varios turistas, extranjeros en su gran mayoría, maravillados de nuestra hermosa Colombia. Me sigo preguntando por qué los colombianos no hacemos este tipo de viajes…Tal vez no valoramos la riqueza que tenemos (como bien me lo dijo un español que nos acompañó en el camino), tal vez, vivimos sometidos a las inclemencias de la ruda vida diaria y, cuando tenemos vacaciones, buscamos el confort. Tal vez, tenemos ríos, barro y tierra en muchas otras partes de nuestro país. O quizás queremos buscar nuestra sangre primermundista viajando hacia esos rumbos y negando a nuestros indígenas, que en poca o mucha proporción, son nuestros ancestros.
Nuestro destino final era un pueblito indígena con unas cuantas chozas de barro. Varios niños pequeños nos recibieron alegremente con saludos efusivos mientras meneaban su muñeca. No saben español, pero el lenguaje de las sonrisas es universal. Cuánto nos falta estar en el estado receptivo y contemplativo en que se encuentra aquella comunidad: están en sus casas, simplemente estando, mientras nosotros buscamos ansiosamente cómo llenar el vacío del tiempo así sea con vanas ocupaciones.
En las noches, Gabo, nuestro guía wiwa, nos contaba sobre sus costumbres y sus creencias. Y nos instruía sobre las plantas y los animales, mientras nos mostraba las fotografías plastificadas, que se encuentran disponibles en cada refugio. Nos habló de los sapos, que avisan la lluvia, de los monos, que son como los humanos y que bautizan a sus recién nacidos, de los pájaros, que a través de su canto nos envían mensajes. El día del regreso aquel pájaro nos cantó una linda melodía que Gabo tradujo en buenas nuevas. (Gracias al cielo que ese pájaro no cantó la melodía parecida a un tipo de do-re-mi-fa-sol, que sí nos cantó en la selva amazónica, un mes antes de ser secuestrados, y que Gabo nos confirmó como señal de mal augurio).
El tercer día nos regresamos, mientras subimos y bajamos varias montañas. Recorrimos los 12 Km que habíamos avanzado durante los dos primeros días (la mitad del camino a la Ciudad Perdida), para llegar de nuevo al punto de partida, con el corazón abierto y con una sonrisa triunfal.
Qué lindo! Gracias!
No sé si te había dicho, pero cuando hice el ascenso a Ciudad Perdida pensé mucho en tí, en cómo sería hacer un recorrido como ése en ausencia de libertad. Así, cada vez que sentía las ampollas en mis pies humedecidos por la inclemencia de la Sierra, agradecía el hecho de que yo había elegido esa mística experiencia.
Gracias por recordármela
Me encantó ! Siento mucho que te llovió ! Tienes razón el clima está muy raro, pero debió ser una experiencia única poder subir con tus hijos
Espero que vengas a conocer casa coraje en Palomino mi nuevo hotelito en la playa que abrí desde dic ! Invitada para venir a hacer yoga ! Besos
Hermoso Caro!!! Escuchar todas esas maravillosas experiencias que cuentan de Ciudad Perdida, el ascenso, los paisajes, la experiencia me alimenta el deseo de querer ir lo más pronto posible… se perciben las sensaciones encontradas que tuvieron tu y tu esposo en medio de la selva, pero que buena catarsis, porque tal vez les permitió liberar esa asociación en los días siguientes que tuvieron la oportunidad de compartir en ese espacio mágico, como es la Sierra Nevada. Que lindo!!! Un abrazo enorme…
Que lindo Paseo,!!!! Una experiencia genial de compartir con la familia…es verdad Colombia es un país hermoso y vale la pena conocer cada rincón de él , cada uno con un mágico encanto